Menopausia, ejercicio y vitamina D

Menopausia, ejercicio y vitamina D

AMENAZA Y DEFENSAS PARA UN MEJOR ENVEJECIMIENTO.

Fuente: Revista DEPORCAM número 45

Es de sobra conocido el grado de calidad de vida del que gozan los países europeos de la cuenca mediterránea. Llegando al extremo de que estados con mayor nivel de desarrollo y bienestar se pregunten cómo españoles, griegos o italianos pueden liderar las estadísticas de longevidad y salud en la tercera edad.

Este hecho, normalmente atribuido a la famosa dieta mediterránea, presenta unas raíces más profundas que se asientan sobre una afortunada combinación de nutrición, clima y hábitos de vida. El resultado redunda en una mejora de la salud a múltiples niveles. De tal manera que en los últimos años, naciones como la británica o la estadounidense se han esforzado en importar todos aquellos conceptos que fueran susceptibles de llevar el sello “mediterráneo”. Cumpliéndose así una curiosa paradoja, pues a medida que nuestro estilo de vida se iba asentando en culturas relativamente dispares, nuestras sociedades han descuidado ciertos aspectos inherentes a nuestra tradición que ejercían de escudo frente al envejecimiento y sus secuelas.

Una de las principales amenazas a la salud que surgen con el transcurrir de los años es la osteoporosis. En particular, la población femenina presenta una elevada prevalencia de esta patología derivada de la aparición de la menopausia en torno a la 4ª-5ª década de la vida.

Con la llegada de la menopausia, el desequilibrio de hormonas que acontece en el organismo femenino (especialmente importante es el papel de los estrógenos, en concreto su déficit) repercute sobre el metabolismo óseo-mineral. Éste, responsable del mantenimiento de una correcta composición y forma de los huesos, cuenta con varios actores que se retroalimentan entre sí manteniendo el sistema en armonía, en condiciones normales. En este artículo, fijaremos nuestra atención sobre la vitamina D.

Su importancia no es mayor que la de otros factores que participan del mencionado metabolismo óseo. Sin embargo, debido a las acciones que lleva a cabo más allá de sistema esquelético y teniendo en nuestras manos la capacidad de inferir directamente sobre su funcionamiento, esta hormona se ha vuelto cada vez más atractiva en términos de prevención médica.

La vitamina D muestra su alcance de actuación relacionándose con conceptos tales como la osteopenia y sarcopenia, la salud cardiovascular, el sistema inmune o enfermedades de gravedad como el cáncer, algunos tipos de diabetes o la esclerosis múltiple.

Sus rutas metabólicas son complejas y muchas de ellas aún están por describir. Sin embargo, ciertas claves de su comportamiento sí están esclarecidas. La literatura médica más reciente nos presenta estudios contrastados que recogen datos interesantes. Como aquel que informa que hasta tres cuartas partes de las personas que sufrieron fractura de cadera en la 3ª edad no alcanzaba los niveles mínimos recomendados por la OMS.

También encontramos estudios que desmienten que la edad sea un factor modificador de la capacidad de absorción de micronutrientes tales como la vitamina D. Sí que parecen serlo aspectos como la nutrición y, cada vez más reconocida, la actividad física. Es sobre este último punto donde es preciso incidir con especial interés.

En una sociedad de consumo donde el mercado se mueve por alertas, publicidad y posibilidad de negocio, la venta de suplementos dietéticos de todo tipo se ha disparado. Por supuesto, no se puede generalizar: numerosos de estos suplementos han conseguido corregir déficit nutricionales en sociedades aisladas o en pacientes con patologías que le impedían asimilar ciertos micronutrientes de otro modo. Pero sí se puede asegurar que las dosis diarias de vitamina D pueden ser alcanzadas mediante una dieta completa y variada que incluya alimentos tales como el pescado azul, el aceite de oliva, los huevos o la leche, entre otros.

Ahora bien, a la hora de conseguir que esta vitamina D sea transformada en su forma activa (también conocido como calcitriol), aquella que ejerce tantos efectos beneficiosos a tantos niveles, el organismo requiere de la acción de la luz solar. En concreto de los rayos UV-B (con un espectro de  longitud de onda comprendido entre los 990-315 nm). Aquí es donde la actividad física juega un papel fundamental. Por un lado, la realización de ejercicio al aire libre favorece la absorción de ese componente de la luz solar que tan necesario es para la transformación de la vitamina D a su metabolito funcional. Por otro, la realización de deporte permite que el calcitriol multiplique sus efectos a nivel del sistema músculo-esquelético.

Con esto se justifica el abordaje multidisciplinar que debe tener la prevención de la osteoporosis, con especial atención a la población femenina. Un desafío complejo contra el que contamos con un numeroso arsenal terapéutico pero también higiénico-dietético.

Tampoco podemos obviar los beneficios a nivel psicológico que proporciona la actividad física regular. Quizá sean estos los que, por sencillos e intuitivos, hayan llevado a profesionales de culturas asiáticas, anglosajonas o nórdicas a sentirse tan atraídos por el estilo de vida mediterráneo. Nuestro entorno, nuestro clima y, por supuesto, la experiencia de nuestros mayores han permitido que durante generaciones se haya conseguido progresivamente una mayor calidad de vida que demuestra que ésta no sólo depende del éxito económico de un país. Puede que nuestros mayores llevaran a cabo sus actividades más por necesidad que por ocio o prevención de salud. En cualquier caso, aunque sin ser conscientes de ello, tenían en su poder la clave para llegar a una edad más avanzada en las mejores condiciones posibles. Con la evidencia científica en la mano, pero también como homenaje, no abandonemos lo mejor que nos queda de su legado.