Ligamento cruzado anterior y mujeres futbolistas

Ligamento cruzado anterior y mujeres futbolistas

Fuente: Revista DEPORCAM número 46

Es de sobra conocido el auge que recientemente ha experimentado el deporte femenino en diversas de sus disciplinas. Entre todas ellas destaca, al igual que ocurre con el deporte masculino, el fútbol.

Numerosos hitos jalonan el avance realizado por el balompié femenino este 2020: el reconocimiento por parte de la sociedad, los récords de asistencia batidos una y otra vez, la reclamación de derechos por parte de las jugadoras… Sin embargo, existe otra importante faceta derivada de esta práctica deportiva que merece nuestra atención.

Como cualquier otra actividad física, el fútbol plantea para el deportista y los profesionales sanitarios encargados de su salud y rendimiento una serie de retos. Estos giran en torno a tres ejes principales: la aparición, la prevención y el tratamiento de lesiones deportivas específicas.

En concreto, podemos destacar, por su prevalencia y repercusiones, la lesión del ligamento cruzado anterior (LCA). Esta estructura anatómica, situada en la rodilla, se dispone uniendo los dos extremos óseos que conforman dicha articulación: la escotadura intercondílea del fémur y la espina tibial anterior. Junto a los ligamentos colaterales y al ligamento cruzado posterior, se encarga de la estabilidad de la rodilla durante su movilización, evitando que se produzca una traslación hacia delante de la tibia respecto al fémur y que se dé una rotación excesiva de la articulación.
Aquellos movimientos extremos que antagonizan la función de este ligamento suponen la sobrecarga del mismo. El desgarro o ruptura del LCA aparece cuando se combinan de forma súbita determinadas posiciones forzadas de la pierna. Un mecanismo típico de lesión es la asociación de una rápida desaceleración con la aproximación de la cadera, la extensión de la rodilla y la adopción por parte de esta de una rotación interna y un valgo forzados. La mayoría de las veces esto ocurre en situaciones calificadas de “no contacto”. Es decir, es el propio deportista el que sitúa sus articulaciones en estas posiciones exageradas durante un lance del juego. Es por ello precisamente que el fútbol (deporte multidireccional que involucra saltos, giros y pérdidas rápidas de velocidad) asocia una aparición tan elevada de roturas del LCA. Generalmente, la persona afectada referirá la aparición de un intenso dolor localizado en la rodilla, pudiendo acompañarse a veces de la audición de un crujido. A este dolor se añade la incapacidad de movimiento de la articulación y la aparición de una hinchazón a dicho nivel, la cual es el reflejo externo de un derrame que se está produciendo en el interior de la rodilla.

Una asistencia detallada tendrá en cuenta, aparte de los mencionados síntomas, la exploración del resto de estructuras tanto de esa articulación como de la contralateral. Así se puede determinar hasta qué punto está amenazada la funcionalidad de la rodilla afectada y valorar otras posibles lesiones asociadas al daño del LCA. Ciertas maniobras como la pruebas de Lachman o el cajón anterior nos marcan el diagnóstico con una alta sensibilidad. Sin embargo, es común recurrir a la Resonancia Magnética con el objetivo de completar el diagnóstico y valorar el tratamiento a aplicar.

Por desgracia para las futbolistas, una serie de factores anatómicos, biológicos y funcionales las hacen más propensas a sufrir este tipo de lesiones, presentando una incidencia hasta tres veces superior a la de los hombres. En primer lugar, la anatomía de la mujer determina la posesión de pelvis más anchas, fémures más estrechos y un grosor del LCA proporcionalmente menor respecto al de los hombres.

A nivel biomecánico encontramos que un valor del ángulo Q más elevado en la población femenina también condiciona un mayor riesgo de afectación del LCA. Esta magnitud nace de los grados que forman al cruzarse las líneas que unen, el eje del muslo con el eje de la pierna. A esto se suma que las jugadoras de fútbol presentan, ya desde la adolescencia, un desarrollo neuro-muscular y una maduración sexual diferente a los de sus homólogos masculinos. Dicha situación genera momentos específicos del periodo menstrual donde la síntesis de estrógenos disminuirá la producción de colágeno en el aparato locomotor; y también determina una capacidad de control y coordinación muscular más limitada en las jóvenes deportistas. Todos estos factores se suman y generan un estado de mayor predisposición a la lesión del LCA. El análisis de estos factores de riesgo y el conocimiento de los principales mecanismos de producción de lesión reconocerla con cierta facilidad tanto en la asistencia deportiva como en la vida cotidiana.

Con el objeto de prevenir la lesión del LCA, y teniendo en consideración la situación de mayor riesgo que padecen las jugadoras de fútbol, se han desarrollado numerosas estrategias de prevención. El interés conjunto de los profesionales sanitarios y las federaciones deportivas ha generado numerosa evidencia científica en los últimos años. De ella se deduce la necesidad de aplicar entrenamientos personalizados al deportista, valorando su perfil de riesgo y haciendo hincapié en el aprendizaje propioceptivo de la propia musculatura. Esto facilita la activación adecuada de la musculatura y la reeducación de movimientos tales como el salto, el giro o el pivotaje, claves en la generación de daños a nivel del LCA.

En cualquier caso, una vez establecida la insuficiencia del ligamento se hace preceptiva la elección de un tratamiento adecuado. Para lesiones más leves, en personas de mayor edad o con una actividad física más limitada es posible optar por el tratamiento conservador. Sin embargo, en el campo del deporte de competición la actuación normal implica la reconstrucción quirúrgica del LCA. Al ser este ligamento una estructura que no se regenera ni cicatriza, el cirujano emplea otras estructuras (tales como el tendón rotuliano o el tendón del músculo semitendinoso) para sustituir su función. Es la denominada plastia del ligamento cruzado anterior que incluye la extracción de uno de los mencionados tendones y su inserción a nivel de tibia y fémur. Seguida de un periodo de rehabilitación, esta intervención favorece una recuperación de la funcionalidad a la altura de las exigencias de los pacientes intervenidos, los cuáles pueden seguir desarrollando su carrera profesional. Sin hacer distinción, por supuesto, si son hombres o mujeres pacientes tratados.

Bibliografia

https://bjsm.bmj.com/content/42/6/394.short