La fuerza de nuestros mayores

La fuerza de nuestros mayores

La combinación de ejercicio aeróbico y anaeróbico para unos mayores más activos, saludables e independientes

Fuente: Revista DEPORCAM número 43 escrito por Carlos de la Torre. Médico colaborador Clínica Moya-Angeler

El siglo XXI ya comienza a ser acuñado por los profesionales de la investigación y de la sanidad como “el siglo del cerebro”. La pasada centuria, por su parte, supuso avances indiscutibles en diversos campos médicos, entre los que sobresale el que aborda al corazón, los vasos sanguíneos y toda patología que los afecta (infartos, ictus, aterosclerosis, etc).

Son estos órganos, también denominados nobles, los que mantienen nuestro organismo en funcionamiento. Son indispensables para la vida.
Prevenir el daño de estas estructuras, mejorar su funcionamiento y reparar las lesiones que puedan sufrir son las pautas que todo sistema de salud debe cumplir con el objetivo de prolongar la esperanza de vida de la población a la que atiende.

Sin embargo, la longevidad que los avances en materia sanitaria han brindado recientemente a las sociedades occidentales no se ha visto siempre acompañada por una mejora en la calidad de este tiempo de vida extra del que ahora disfrutamos.

El progreso derivado de la industrialización ha demostrado ser un arma de doble fi lo. Sin él, habría sido imposible alcanzar las altas cotas de tecnificación y conocimiento científico de los que disponemos. Hemos erradicado infecciones, doblegado enfermedades. A cambio, al haber desarrollado nuestro entorno más rápido de lo que nuestra propia biología ha podido evolucionar, nuevas situaciones se han generado. Entre ellas destaca el envejecimiento de la población. La tradicional concepción de la tercera edad como un colectivo débil, abocado a ser una carga familiar, a sufrir penurias y sujeto a la amenaza constante de la muerte, ha generado una problemática social de difícil solución. Será preciso cambiar la manera de enfocar este nuevo reto para poder estar a la altura de la circunstancias.

Es aquí donde entra en juego una parte del organismo algo menos valorada tradicionalmente: el sistema musculo-esquelético. De sobra conocidas son las funciones que tradicionalmente se le han adjudicado a este conjunto de estructuras: sostén, capacidad de desplazamiento, protección de órganos nobles…

Justo este último punto nos recuerda lo mencionado al inicio del artículo. En el cuerpo humano hemos fijado una jerarquía entre sus diversos componentes. Si estableciéramos un paralelismo entre éste y un automóvil, al sistema musculo-esquelético le sería adjudicado el papel de “chasis” y “ruedas”. Pero esta idea ya se encuentra desfasada. En el interior de los tejidos óseos y musculares, se dan una infinidad de procesos relacionados con el correcto funcionamiento y eficiente rendimiento de nuestro organismo.

La literatura médica no hace si no aportar continuamente nuevas razones para defender el desarrollo y mantenimiento de la masa muscular a lo largo de toda nuestra vida. De sobra es conocida ya la protección ósea y la independencia funcional que disfrutan aquellas personas que conservan una musculatura relativamente desarrollada más allá de los 55-60 años. A estos beneficios se han incorporado recientemente el factor protector frente a algunos tipo de cáncer, la mayor capacidad de supervivencia durante y tras los ingresos hospitalarios y la mejora del metabolismo.

Es en este apartado, el metabólico, donde el sistema osteo-muscular juega un papel clave. El abordaje clásico del sobrepeso y la prevención cardiovascular se basaba en la potenciación del ejercicio aeróbico. La simple y llana quema de calorías se articulaba como eje central en torno al cuál se pretendía evitar el acúmulo graso y las lesiones ateroscleróticas que pueden derivar en infartos.

No obstante, a día de hoy ya se ha comprobado el beneficio que aporta la actividad anaeróbica (siempre en correcta combinación con la aeróbica) en lo relativo a procesos endocrinos como el consumo acelerado de grasas; la generación de radicales libres de oxígenos – relacionados estrechamente con el envejecimiento y el surgimiento de tumores; la secreción de serotonina – hormona asociada a la sensación de bienestar; o la resistencia insulínica – mecanismo que subyace al desarrollo de la temida Diabetes
Tipo II.

En definitiva, una mayor masa muscular aporta beneficios que van más allá de la mera protección física. Nuestros huesos y músculos no son una simple armadura que nos guarda de las amenazas externas. Antes bien, si los cuidamos, nos defenderán de agresiones internas. Aquellas que muchas veces nosotros mismos nos provocamos.

De aquí se deduce que la típica recomendación dada al paciente geriátrico consistente muchas veces en “caminar o pedalear una hora al día” no es, por sí sola, suficiente.

Se hace necesario encarar esta circunstancia desde una perspectiva más transversal, que incluya hábitos de tipo deportivo adaptados a las necesidades de cada individuo. Y a los que se sumen, por supuesto, recomendaciones de tipo dietético y psicológico. Todo un desafío para los gestores deportivos. Lejos de asustarnos ante la idea de personas de la tercera edad realizando esfuerzos físicos moderados como juegos de equipo o rutinas de levantamiento de peso y desarrollo de la fuerza, debemos incentivar su realización. Al fi n y al cabo, hablamos del grupo social que ha criado a las personas que mueven el mundo en la actualidad. El deporte (aeróbico y anaeróbico, ambos en su justa medida) no les será perjudicial. Al contrario, les aportará bienestar físico y mental, recordándoles que se encuentran en una etapa vital que aún puede plantearles retos y alegrías. Vivirán más años. Y los vivirán mejor.